El Orgullo saludable
El orgullo tiene mala reputación. Lo asociamos al narcisismo y a los
fanfarrones. Sin embargo, esta dimensión tiene su lado saludable, ese que nos
permite tomar conciencia de nuestras virtudes y valías para fortalecer la
autoestima.
El lado positivo del orgullo se relaciona con apreciar nuestras valías y
usarlas a nuestro favor. También, con encontrar fortaleza en momentos
difíciles. Todos nos enorgullecemos de nuestra pareja, de nuestros hijos y
amigos. Si bien es cierto que hay quien tergiversa esta dimensión y deriva en
el frío egoísmo, no es bueno retirarla por completo de nuestro registro
psicológico.
Está bien aprovecharnos de la seguridad que nos ofrece para impulsar las
metas, la motivación y hasta un saludable amor propio. No hay nada malo en
apreciar los propios logros y mejorar con ello, nuestra autoeficacia. Es
recomendable también enseñar a un niño a sentirse bien cuando demuestra sus
buenas competencias en matemáticas, por ejemplo.
Lo importante es no caer en la trampa de la arrogancia y el desprecio hacia
los demás. Si ese niño se enorgullece de sus dotes intelectuales, hasta el
punto de despreciar y ridiculizar a sus compañeros, ya habrá sobrepasado la
línea de lo que es ético y permisible. Pero si lo educamos en el marco del
respeto y la humildad, los beneficios son indudables.
Nos hemos pasado mucho tiempo entendiendo el orgullo desde la perspectiva
budista. Desde ese marco, dicha dimensión se concibe como una enfermedad, como
una entidad nociva que revela lo peor del ser humano. Cuando, en realidad,
estamos ante un constructo psicológico con dos vertientes que debemos conocer.
El lado positivo del orgullo: ¿lo practicas?
¿De qué te sientes orgulloso? Seguramente de muchas cosas -o al menos así
lo esperamos-. Porque en esta sociedad, a menudo tan crítica y devaluadora,
cuesta mucho desarrollar una percepción positiva de uno mismo. Hay quien
batalla con el síndrome de impostor o impostora de manera constante. Muchos se
pasan media vida intentando descubrir en qué son buenos.
Y una parte amplia de la población, en especial la más joven, lidia con la
baja autoestima y hasta con el odio hacia el propio cuerpo. Nos cuesta
querernos y hasta celebrar cómo somos, porque a menudo nos recuerdan que
mostrar orgullo es demostrar narcisismo. Cuando en realidad, nada es tan
necesario como tener una percepción positiva y saludable de nosotros mismos.
Nos han educado mal en este ámbito. Porque el lado positivo del orgullo es
una dimensión nuclear del bienestar psicológico.
El orgullo saludable se combina con la humildad y la asertividad
A veces, hay quien es especialmente bueno en un área de la vida y su
entorno lo boicotea. Puede, por ejemplo, que un joven sea un gran artista y su
familia menosprecie su don porque espera que oriente sus estudios hacia la
abogacía o la economía. Finalmente, acaba dudando de su habilidad en el arte y
accede a iniciar unos estudios que no le satisfacen.
El orgullo es esa brújula que nos recuerda que somos merecedores de aquello
que deseamos. Nos guía para tomar mejores decisiones y para ser asertivos a la
hora de defender lo que
creemos justo o bueno para nosotros, más allá de lo que dicte el entorno o
la opinión ajena. Este chico necesita una dosis más elevada de orgullo para
proseguir en su carrera artística, en aquello que le hace feliz.
Asimismo, y no menos importante, debemos recordar que el lado positivo del
orgullo tiene un aliado, y es la humildad. Porque una cosa no está reñida con
la otra. Al fin y al cabo, quien entiende la necesidad de aprecio y valoración
positiva hacia uno mismo, no duda en ofrecerla a los demás. Todos merecemos
lograr lo que deseamos y sentirnos orgullosos por cómo somos y lo que logramos.
¿Por qué no?
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